Democracia es pueblo

Eduardo Dargent
23 de febrero de 2013

Para Nelson Manrique (La Repùblica 19/02) la contundente relección de Rafael Correa en Ecuador “vuelve a plantear una cuestión incómoda para los politólogos: cómo a pesar de su apetito reeleccionista Chávez, Kirchner y Correa gozan del apoyo mayoritario de sus ciudadanos”. Las encuestas, nos dice, muestran en estos países una mayor valoración de la democracia y el gobierno que en otros, como el Perú. Esta satisfacción y legitimidad debería ser tomada en cuenta al calificar si se trata de regímenes democráticos. “Pero al parecer la opinión de los ciudadanos de esos países no cuenta a la hora de juzgar si viven una democracia o no; quienes lo dictaminan finalmente son los medios de comunicación y un grupo de politólogos, por lo general alineados políticamente con los EEUU, y al diablo con la opinión de los directamente interesados”, concluye.

Por favor, ningún politólogo serio se sorprendería o incomodaría por la popularidad de los arriba señalados. Estamos largamente acostumbrados a lidiar con políticos populares de derecha o de izquierda como para sorprendernos por ese tipo de triunfos. Estoy de acuerdo en que el futuro y solidez de las democracias pasa por convencer a sus ciudadanos de que tienen algo concreto que ofrecerle; ganar legitimidad. Pero eso no conduce a tomar la satisfacción popular como medida de lo que es y no es democrático.  

Para distinguir a los regímenes democráticos de los que no lo son se suele partir de un concepto de democracia. Muchos creemos que para que este concepto capture lo que es una democracia debe incluir necesariamente que se permita una competencia justa y regular por el poder; que dicha competencia tenga como base la igualdad política y que quien gane sea quien gobierne de verdad. Hay quienes preferimos mantener esta definición cerca a estos mínimos, de por si bastante exigentes. Ello permite calificar como democracias a distintos gobiernos sin importar su ideología o política económica. Si no se cumplen estos criterios, pues estaríamos en otro régimen, más allá de si sus políticas o los valores que promueva (orden, igualdad)  nos gusten o no. Y así juzgamos y dictaminamos. Hay casos fáciles: pocos dudarán que Chávez y Fujimori cayeron en el autoritarismo. Mas disputado será decidir si Uribe, Evo, Correa y los Kirchner, a pesar de sus serios ataques contra la oposición o la Constitución, también lo hicieron.

Manrique puede cuestionar este concepto. Y no estaría solo. Para muchos académicos serios, como Carlos Franco entre nosotros, esta distinción era inútil pues estos criterios son secundarios en la desigual Latinoamérica. No habría mayor diferencia entre autoritarismos y democracias así entendidos. O podría presentar nuevos criterios que amplíen los requisitos para denominar a un régimen democrático. Podemos discutir sobre ello. Lo que sí me parece muy claro es que el sentimiento mayoritario de las masas como criterio para calificar un régimen político no nos lleva a ningún lado conceptualmente. Además  abre la justificación plebiscitaria para los líderes que no respetan las reglas institucionales. Los arriba mencionados son todos populares, ¿son todos democráticos entonces?

Pongamos un ejemplo local para entendernos.  Si observamos los mismos criterios, encuestas y cifras que Manrique usa para los “demócratas” latinoamericanos de hoy y las observamos para el Perú de los noventa habría que concluir que Fujimori era un demócrata y su gobierno más democrático que los que tuvimos luego. Según el Latinobarómetro, en 1995 el apoyo a la democracia era de 63% y la satisfacción con ese régimen de 44%. En el 2005 con Toledo, en cambio, era de 44% y 13% respectivamente. Y en confianza en el gobierno  Fujimori también gana por goleada. ¿Eso hace más democrático a Fujimori? Al ex presidente le debe encantar el argumento. Es más, lo usó ampliamente en su spot bailarín del año 2000 y en sus discursos: “la democracia es pueblo, no poder político para algunos.”

No sé a quiénes se refiere Manrique al criticar a politólogos que por lo general se alinean políticamente con los Estados Unidos. Tal vez a esos mismos politólogos que haciendo balances democráticos prefirieron en la última elección a un candidato del que desconfiaban como Humala de la candidata más cercana a los intereses del mencionado país. Pero sí conozco a varios a los que les preocupa, tanto a nivel conceptual como por  convicciones democráticas, que se apele de esa manera al argumento plebiscitario.

* La Asociación Civil Politai agradece a Eduardo Dargent (Pontificia Universidad Católica del Perú) por publicar su comentario en este medio. La Asociación no comparte necesariamente las opiniones del autor.