Aquello que llamamos democracia

Daniel Encinas
14 de marzo de 2013

Reconocidos académicos de las ciencias sociales han iniciado una interesante polémica sobre qué es la democracia y si debemos o no calificar como democráticos a países como, por ejemplo, Ecuador, Bolivia, Venezuela o Perú. Aunque no es la primera vez se lleva a cabo este debate en Perú (ni que decir a nivel de la academia mundial) y las posiciones de cada uno de los polemistas han quedado bastante claras, me gustaría añadir algunos comentarios al respecto como parte de las dudas y reflexiones que me vienen a la mente como joven que empieza a formarse en este campo de estudio.

Es cierto que el debate comenzó con la afirmación de Nelson Manrique sobre el supuesto “alineamiento político con EE.UU.” de los politólogos. Aunque esta afirmación solo ha merecido una disculpa hacia Steven Levitsky (¿por ser de izquierda?) creo que lo dicho por los otros académicos es suficiente para considerarla indefendible. No obstante, otros de los puntos propuestos por Manrique nos invitan a reflexionar sobre las diferentes actitudes, ideas, valores, creencias y programas políticos de los gobernantes y ciudadanos latinoamericanos cuando hablan de “democracia” (ver, por ejemplo, los destacados trabajos de Aldo Panfichi al respecto). Se trataría, entonces, de algo que se estudia desde una concepción del conocimiento y de la realidad generalmente, aunque no necesariamente, no utilizada por los politólogos. En este debate no solo hay conceptos y definiciones, sino también epistemología y ontología.

Al mismo tiempo, sin embargo, todos los protagonistas del debate han querido hacer una evaluación más centrada en el estudio de ciertos eventos históricos y fenómenos políticos, y menos en lo que sus actores y protagonistas perciben de estos. Por ello, considero fútil quedarme en la apreciación de que “cada uno, desde su definición, tiene razón al calificar de democracia a uno u otro país”.

En este sentido, no creo que la respuesta al debate sea plantear un contraste entre la “democracia delegativa” y la “democracia liberal”, como sugirió Maxwell Cameron. Este es un uso demasiado controvertido del concepto. Para O´Donnell, la democracia delegativa era un tipo de régimen democrático, democracia política o poliarquía. El autor era un convencido de que los procedimientos (elecciones institucionalizadas y las libertades concomitantes) eran parte de su definición; por tanto, considerar como democracia a un régimen que reemplaza algunos de estos procedimientos por otro valor, sea la “justicia social” o la “participación popular”, no creo que pueda surgir de este concepto.  

También dudo que Ecuador, Bolivia y, con mayor razón, Venezuela sean regímenes más republicanos. Adolecen de un claro republicanismo en el sentido de que no cumplen una cuidadosa sujeción a la ley ni un sacrificio de sus intereses privados por el servicio público. Y si, por otro lado, lo que Cameron nos está diciendo es que estos países serían en la actualidad más democráticos que liberales, no veo por qué no agregar también aquí a Fujimori. Pero más allá del caso peruano, si de lo que se trata es de rescatar una concepción primigenia de la democracia, quizá sería útil también rescatar la primigenia separación entre la democracia y sus formas desviadas o corrompidas. Y recordar que los griegos hubiesen estado sumamente preocupados por un titular del poder público con tanto protagonismo.

Más interesante, me parece, es intentar hace un balance entre los diferentes elementos mencionados como parte de aquello que llamamos democracia. Eduardo Dargent habló de “una competencia justa y regular por el poder; que (…) tenga como base la igualdad política y que quien gane sea quien gobierne de verdad”, a lo que habría que agregar las “libertades básicas” mencionadas por Steven Levitsky. Manrique hizo referencia al “respeto de la voluntad ciudadana”; mientras que Cameron ha mencionado la “preocupación de mostrar los resultados para la mayoría de la población”, la distribución de la riqueza, y la distribución del poder (“mecanismos institucionalizados de participación popular”).  

¿Cuál es el balance entre los diferentes elementos mencionado entre sí? ¿Se complementan o se reemplazan  unos a otros? ¿Qué se ha ganado y perdido al privilegiar o dejar de lado uno u otro? ¿Cómo se entrelazan entre sí? Esbozo algunas ideas tentativas (no sin reservas, por supuesto) para los países mencionados.

Primero, el elemento generalizado son las elecciones regulares y limpias como principal medio de acceso al poder. Segundo, relacionado a lo mencionado por Manrique, es cierto que Toledo, García y Humala cuentan con menor popularidad que Correa, Morales y Chávez. Si hay algo que ellos han sabido construir es legitimidad, a lo que los primeros renunciaron con el mantenimiento del status quo pese a las promesas electorales de cambio (más moderado o más radical, según el candidato). Tercero, aunque no se pueden negar avances en “justicia social” que no se llevan a cabo en el Perú, estos me parece más evidentes en el plano de la “preocupación por mostrar resultados” (en un plano simbólico) que en la redistribución de la riqueza. Quizá sea pronto para evaluar como muy positivos los “resultados”: al abandonar el poder, estos presidentes dejarán no solo su recuerdo sino también una seria debilidad institucional y posibles crisis. Fujimori y Menem son ejemplos de esto. Cuarto, en el plano de la participación popular, son evidentes los avances y los contrastes tanto con el Perú actual como con Fujimori. Pero, pienso que habrá que ser más minuciosos en evaluar si realmente se ha pasado del ciudadano-elector al ciudadano-agente del republicanismo o si en muchos casos tenemos, más bien, al agente de la teoría economía que responde a un principal: el gobernante. Finalmente, encontramos diferencias en el elemento de las libertades civiles que mencionó Levitsky. Aunque con imperfecciones en todos los casos, en este aspecto está mejor situado el Perú que Bolivia y Ecuador, y ambos mejor que Venezuela.

En resumen, sea lo que sea aquello que llamamos “democracia” tenemos un escenario en que muchos países de América Latina todavía no hayan su rumbo entre el personalismo de aclamación popular y la institucionalización desprestigiada e insulsa. Mientras unos reemplazaron muchas libertades por otros elementos, los segundos las mantuvieron pero sin avanzar más allá. En el plano normativo, sin embargo, el costo de este reemplazo me parece demasiado alto, mientras que la necesidad de una verdadera complementación que se inicie desde el segundo grupo resulta urgente. ¿Será posible?

* La Asociación Civil Politai agradece a Daniel Encinas (PUCP) por publicar su comentario en este medio. La Asociación no comparte necesariamente las opiniones del autor.