A propósito de las coaliciones de candidatos y la política multinivel

Tomáš Došek
04 de abril de 2016

Recientemente, dos importantes y excelentes investigaciones ponían foco sobre la organización de los partidos políticos en sus respectivos países, moviendo la atención más desde las dinámicas de la competencia (sistemas de partidos) hacia la estructura interna (partidos políticos). Uno era sobre el Perú, el otro sobre Chile. Paradójicamente, quizás, los dos trabajos concluían indudablemente en el mismo sentido: los partidos políticos en estos países funcionan como “coaliciones de independientes” y “coaliciones (…) de candidatos individuales”, respectivamente.

Mauricio Zavaleta (2014) tituló su libro Coaliciones de independientes. Las reglas no escritas de la política electoral. El título alude a la peculiar manera de la organización de los partidos políticos que prevalece a nivel subnacional en el Perú. Los partidos políticos con estructuras organizativas (salvo contadas excepciones) básicamente no existen y se recurre a “sustitutos partidarios” (Hale 2005). El funcionamiento de las coaliciones de independientes se basa en acuerdos informales e inestables ad hoc entre los candidatos locales solo para los períodos electorales que en la próxima contienda dan paso a nuevas alianzas.

Juan Pablo Luna y Fernando Rosenblatt (2012: 187) concluyen su investigación titulada ¿Notas para una autopsia? Los partidos políticos en el Chile actual sobre la organización interna de los partidos políticos chilenos afirmando que “los partidos [chilenos] han ido constituyéndose como coaliciones, relativamente laxas, de candidatos individuales”. Los autores llegan a esta constatación tras examinar minuciosamente el estado actual de los partidos en Chile, caracterizado cada vez más por una ausencia de vida partidaria (sobre todo entre las elecciones), mínimo poder de los militantes dentro de ella, personalización y preponderancia de sus líderes nacionales. Como consecuencia de lo anterior, los partidos “se encuentran sumamente debilitados” y la pertenencia a los partidos es considerada por los propios candidatos como un “lastre” más que un beneficio por pertenecer a una determinada marca (Luna y Rosenblatt 2012: 175, 186). Los recientes escándalos de financiamiento de los partidos solo agravan esta imagen.

En el caso peruano, los partidos se han desempeñado en un sistema que ha sido tradicionalmente considerado como uno de los menos institucionalizados (Payne 2006), hasta incoactivo (Mainwaring y Scully 1996), y que pasó por un colapso del mismo (Tanaka 2006). Mientras tanto, el sistema de partidos chileno, otrora campeón de la institucionalización (Payne 2006), ha sido calificado por los trabajos recientes como altamente estable “pero sin raíces” en la sociedad (Luna y Altman 2011) o de “incipiente desinstitucionalización” (Došek y Freidenberg 2014). Al mismo tiempo, estas apreciaciones se limitaron particularmente al nivel nacional.

Sin embargo, la literatura comparada ha tendido a ver cada vez más a los partidos y a los sistemas de partidos desde una perspectiva multinivel (Freidenberg y Suárez-Cao 2014). La visión multinivel permite entender a los partidos políticos peruanos como cada vez más “truncados” (Dyck 1991; Thorlakson 2001), dado que los partidos nacionales no cuentan con unidades subnacionales en el territorio y su presencia organizacional y éxito electoral se centran (casi) exclusivamente a nivel nacional [1]. Por su parte, el sistema chileno puede ser visto como crecientemente “bifurcado” (Carty 1988; Renzch 2001; Detterbeck y Hepburn 2013), donde las relaciones verticales entre el partido a nivel nacional y a nivel subnacional son relativamente débiles y las unidades subnacionales cuentan con importante autonomía. En particular, los alcaldes no necesariamente apoyan a los candidatos a legisladores nacionales del mismo partido y los votos de estos últimos no se trasladan necesariamente a los candidatos locales de su partido (Toro Maureira 2013; Altman y Luna 2015). Por tanto, hay una creciente desconexión entre los niveles que se plasma también en la noción de sistemas de partidos incongruentes en ambos casos (Batlle y Cyr 2014; Došek 2014).

En realidad, los trabajos de Zavaleta (2014) y Luna y Rosenblatt (2012), aunque más bien implícitamente, se insertan en esta nueva literatura. Mientras Zavaleta (2014) se centra en el nivel subnacional y analiza lo que se ha denominado como partidos sin alcance nacional (non-statewide parties) (Fabre y Swenden 2013) y solo indirectamente sostiene que los partidos nacionales funcionan según la misma lógica, Luna y Rosenblatt (2012) analizan los partidos desde una óptica nacional, entrevistando a actores claves de la política de ese nivel, apuntando a algunas tendencias a nivel subnacional y a la relación de los representantes nacionales con su territorio.

Los dos trabajos hacen un indudable aporte para entender cómo se organizan los partidos en el territorio y entre los niveles de competencia. Sin embargo, se hace cada vez más preciso analizar los partidos como organizaciones multinivel (Deschouwer 2006; van Biezen y Hopkin 2006) y analizar los dos o tres niveles a la vez. Esto permite ver cuál es la naturaleza del vínculo vertical entre las élites nacionales y las subnacionales (y cómo éste varía en el territorio), de qué manera cooperan los políticos en ambos niveles, cómo se hace la campaña en diferentes tipos de elecciones (no concurrentes en ambos casos), quién moviliza a los votantes y qué temas se tratan [2]. Probablemente esta agenda de investigación muestre que la dinámica política local en el caso chileno es más independiente de la nacional de lo que se supone y en el caso peruano evidencie cómo participan los políticos regionales en las campañas electorales nacionales [3].

En términos más generales, permite entender mejor por qué en algunos países la política local gira entorno a los candidatos independientes y actores (casi exclusivamente) subnacionales como en el Perú (Zavaleta 2014); en otros hay una creciente desconexión con los partidos nacionales y los candidatos locales buscan cada vez más al mejor postor o se presentan como candidatos independientes como en Colombia (Botero y Alvira 2012; Duque Daza 2015) o Chile (Luna y Rosenblatt 2012); y todavía en otros la política local está controlada por los partidos políticos y todos los alcaldes pertenecen a ellos como en Uruguay (Cardarello y Magri 2011).

En suma, parece necesario analizar la competencia electoral y los actores políticos desde una perspectiva multinivel, dado que no sólo las dinámicas son en muchos casos diferentes en cada nivel (Freidenberg y Suárez-Cao 2014), sino que también los hechos de un nivel pueden explicar la dinámica en los otros niveles, y que la flecha causal puede ir en ambas direcciones y no solo desde arriba hacia abajo (esto es, del nivel nacional hacia el nivel subnacional). En términos más prácticos, la relación vertical dentro de los partidos políticos (su integración) tiene consecuencias importantes sobre los patrones de representación política, las carreras políticas, la accountability de los políticos, las relaciones intergubernamentales y, en última instancia, el funcionamiento de las instituciones estatales y la gobernabilidad del sistema político.

En Perú y Chile habrá elecciones este año. En el primer país se celebran las elecciones nacionales en las próximas semanas, mientras que en el segundo los comicios locales tendrán lugar en octubre. Los dos textos sobre la organización de partidos políticos (esto es, las coaliciones de candidatos independientes/individuales) son clave para entender las estrategias y el desempeño de los principales actores políticos. Sin embargo, ambos textos dejan espacio para nuevas investigaciones sobre la importancia de los actores locales para los partidos y candidatos en las elecciones nacionales en el caso peruano y sobre el papel de las élites nacionales y la relación con los candidatos locales en el caso chileno. Estas futuras investigaciones deberían adoptar una perspectiva multinivel que permitiría analizar diversos niveles a la vez y también las interacciones entre ellos.

Queda por ver en qué medida los partidos chilenos se vayan a acercar a los partidos peruanos o si revalorizan las organizaciones locales necesarias para el éxito electoral en las elecciones nacionales (Tavits 2013; Van Dyck 2014). La reforma de la ley de partidos que facilita la creación de nuevos partidos y la introducción del sistema proporcional (en lugar del binominal) genera mayores incentivos para la entrada de nuevos actores que para el fortalecimiento de los ya existentes. En el caso peruano, está por verse si los relativamente exitosos actores partidistas departamentales dan el salto al nivel nacional y logran penetrar el territorio, ya que por el momento en la mayoría de los casos (con muy pocas excepciones) se centran solo en determinados departamentos aunque con presencia en diferentes niveles del sistema. Aunque la reciente aprobada prohibición de la reelección inmediata de autoridades a nivel subnacional da incentivos más bien para una mayor personalización e inestabilidad de los partidos subnacionales.

Por tanto es esperable que haya más coaliciones de independientes (Zavaleta 2014) o coaliciones de candidatos individuales (Luna y Rosenblatt 2012) que partidos políticos con estructura fuertes. Esto podría, a su vez, condicionar el funcionamiento de los sistemas políticos, ya que si es que los partidos políticos realmente importan para (el buen funcionamiento de) la democracia (Schattschneider 1964; Aldrich 1995), importa también que estén presentes en diferentes niveles del sistema de partidos y del sistema político en general.

**La Asociación Civil POLITAI agradece a Tomáš Došek, estudiante de Doctorado en Ciencia Política en el Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile, por publicar su artículo en este medio. La Asociación no comparte necesariamente las opiniones del autor.

[1] Probablemente, las dos excepciones serían en alguna medida la Alianza Popular Revolucionaria Americana (aunque cada vez menos) y el Fujimorismo (ver Cyr 2011 y Urrutia 2011 al respecto).
[2] Evidentemente, se trata de un esfuerzo que requiere mayores recursos tanto en términos de tiempo como de financiamiento y, además, enfrenta los dilemas metodológicos sobre cómo seleccionar las unidades de análisis. [3] Ver La República (2015) al respecto.

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