Tía María: La Economía Política de las Emociones [1]  

José Carlos Orihuela 
17 de mayo de 2015

Mucho miedo. Y ahora también se evidencia mucho el resentimiento –odio quizás—y simpatía, pero encuentro que es sobre todo la emoción del miedo el movilizador central en el caso de Tía María. Miedo de los agricultores del Valle del Tambo a que la minería afecte negativamente la economía local, reduciendo el flujo del agua y contaminándola. Este miedo es caracterizado como “irracional” o “desinformado” por los analistas de la prensa escrita y la televisión. La minería y la agricultura pueden coexistir, leemos y escuchamos, entonces oponerse al desarrollo económico no puede ser sino el resultado de la manipulación externa de los miedos de los agricultores.

No es el único miedo en vitrina. También está el miedo que la máquina del progreso se detenga, miedo sentido por quienes nos venimos beneficiando claramente del crecimiento económico. Nosotros limeños, osea, pero no solo nosotros. Tía María no es sobre Tía María, entonces: es sobre “el modelo”. Si hoy ganan los que la prensa limeña bautizó como “anti-mineros”, creo que desde Tambogrande hace más de una década, mañana la inseguridad económica se habrá instalado, se acabará el crecimiento y el chorreo. Pero este miedo sería “racional” para los líderes de opinión.

El miedo viene en muchos casos acompañado de resentimiento. Entre los que se oponen al proyecto hay resentimiento por un estado de las cosas que consideran injusto. El Censo Agrario de 2012 documenta la expansión de la percepción de que el agua está más contaminada en los distritos mineros, respecto a lo registrado en el Censo Agrario de 1994. Si junto a esa percepción se observa que no existe en el Estado o la industria un interés por solucionar el problema percibido, crece el resentimiento. Más concretamente para el caso de Tía María, Southern tiene una pésima trayectoria ambiental, con la Bahía de Ite como el más visible “legado ambiental”, que habrá generado no poco resentimiento local. 

En la otra esquina también hay resentimiento. La injusticia aquí percibida es que un grupo minoritario impide el desarrollo económico de la mayoría, idea articulada con inusitada transparencia en El Perro del Hortelano de Alan García. Las ideas vienen acompañadas de emociones; en ocasiones, las emociones mutan en racionalidad de manera inconsciente. Y las pasiones pueden ser más fuertes, podría haber odio en vez de o junto a resentimiento. Odio, por ejemplo, a un grupo étnico o a un color de piel al que se le atribuye un conjunto de características naturalizadas, como la holgazanería. O a los opositores ideológicos, como “los terroristas anti-mineros”. 

Cuando el funcionario de Southern proclamó “terroristas anti-mineros” es posible que buscara gatillar el miedo al regreso del terrorismo. Cuando el Congresista Eguren usa el mismo término podría estar buscando lo mismo o podría estar simplemente reflejando su resentimiento u odio a “los rojos” y todo lo que se le parezca. O las dos cosas. 

También podemos observar simpatía. Se tiene simpatía por aquellos que creemos que “son como uno”. La simpatía tiene sus bemoles: ¿quiénes somos nosotros, quienes los otros? ¿Tienen los pro-minería simpatía por los agricultores? ¿Tienen los anti-minería simpatía por los policías y por quienes no comparten su agenda? ¿Podemos tener simpatía por quienes no comparten nuestros ámbitos económico-culturales?

La economía hace poco que volvió a mirar el ámbito de las emociones, la economía conductual. Un desarrollo muy saludable que complejiza el entendimiento de la racionalidad económica en un mundo social caracterizado por la incertidumbre. Lo que poco hace esta línea de investigación, sin embargo, es preguntarse por el rol de la historia. Y hay mucha historia detrás de las emociones listadas: desigualdades, contaminación, inseguridad. En particular una historia de un débil desarrollo de la institucionalidad ambiental. Por lo demás, una decisión política de políticas que sigue una particular racionalidad económica: solo la inversión privada nos llevará al Paraíso.

¿No son los intereses y la racionalidad todo lo que importa para la toma de decisiones económicas, entonces? Lo que Tía María y el desarrollo minero evidencian es que las decisiones económicas también suelen ser políticas. O muchas de ellas. En los sectores extractivos, en particular, donde la desigualdad y las instituciones son centrales para entender el desarrollo de los mercados realmente existentes. Sobre ello, lo que este artículo llama la atención es que junto a y fusionado con los intereses privados y las razones públicas, las emociones políticas dan forma a la economía política del desarrollo.

Las emociones importan, la racionalidad está influenciada por ellas. No será casual, entonces, encontrar que los más radicales voceros de la pro-minería y la anti-minería sean muy apasionados seres humanos que, junto a defender razones públicas absolutas (del tipo “la minería siempre es mala” o “la minería moderna nunca contamina”), o intereses económicos privados concretos, son presas de estados emocionales viscerales. O que estos voceros de verdades absolutas gatillen, consciente o inconscientemente, poderos estados emocionales en terceros. En la escalada de apasionamientos, en la que miedos y resentimientos, amores y odios florecen, la información y el intercambio de argumentos pueden terminar perdiendo sentido para los actores.

[1] Una versión previa y más corta de este artículo salió publicada en Diario Gestión, 5 de mayo de 2015. Un texto clave que influencia la lectura que propongo es Alchemies of the Mind de Jon Elster.

*La Asociación Civil POLITAI agradece a José Carlos Orihuela (Pontificia Universidad Católica del Perú) por publicar su comentario en este medio. La Asociación no comparte necesariamente las opiniones del autor.