Venezuela: El fracaso de la Quinta República 

Maxwell A. Cameron para Politai 
02 de Marzo de 2014.

Estoy encantado de escribir sobre la crisis en Venezuela para los lectores de Politai. Toda generación es definida por los acontecimientos trascendentales que ocurren durante su juventud. Es la tarea de toda generación de intelectuales no solo darle sentido a estos sucesos, sino también usarlos para definir los compromisos y principios que ellos mantendrán a lo largo de sus vidas. Cada generación se enfrenta a su cuota de decepciones y contratiempos, pero podemos aprender de estos siempre y cuando entendamos que si bien errar es humano, el conocimiento fidedigno viene de someter constantemente  nuestras ideas a la verificación de la realidad diaria de los sucesos.

¿Por dónde empezar? Sugeriría, quizá contraintuitivamente, que empecemos con nuestras emociones. Las emociones nos señalan cuando estamos experimentando acontecimientos moralmente significativos. ¿Quién puede ver las noticias de Venezuela y no sentir shock, ira, consternación, desprecio, y frustración? Estas son emociones que dirigimos a aquellos cuyas acciones violan nuestro sentido de juego limpio y buena fe. Pero también sentimos emociones positivas: admiración, simpatía, entusiasmo, asombro, y gratitud—todas son dirigidas hacia aquellos cuya conducta nos parece excepcionalmente correcta y justa.

Pero ahora viene la parte difícil: ¿cómo aprendemos a entender las ideas y acciones de aquellos con los que discrepamos? Toma bastante empatía—la capacidad de ponerse en la perspectiva de otra persona, y ver el mundo a través de sus ojos—para entender lo que el otro lado está pensando y haciendo, pero esto es tanto una parte de la política como entender los motivos propios y los de aquellos de ideas afines. Y cuando uno entra a los mundos mentales de los demás, uno empieza a ver los matices de gris en lo que parecía una foto en blanco y negro—las diferencias dentro de cada lado, y las similitudes entre ellos.

Desde esta posición uno puede empezar el proceso de análisis, pero ahora con una mayor apreciación por las ambigüedades morales de la política. Cuando escribí sobre Perú en la década de 1990 encontré útil recordar que, así de autocrático y abusivo como el gobierno de Fujimori era, uno entendería poco sobre la política de Perú a menos que uno apreciara que había motivos razonables para apoyarlo. Mi punto no es solo que Fujimori tenía amplio y sostenido respaldo; más importante, su respaldo podría ser justificado—yo nunca acepté las justificaciones, pero las podría comprender—dadas las amenazas que Perú enfrentó en una época de conflicto interno y crisis económica. Tenga esto en cuenta cuando se trata de entender por qué más de la mitad del electorado venezolano votó por Maduro; y tenga en cuenta cuán abusivos pueden ser los gobiernos cuando tienen este tipo de apoyo.

Mi objetivo no es persuadirlo para que apoye al gobierno o a la oposición. No es mi obligación como analista pensar por usted. Mi meta es describir los tipos de principios y compromisos que he afinado durante más de una década de observación de Venezuela y compartir con usted los tipos de juicios que esto me lleva a hacer en la situación presente.

Empiezo con un interés permanente en el constitucionalismo y en su relación con la democracia. Creo que todos los gobiernos democráticos deberían honrar y respetar los principios constitucionales que dan origen a un sistema de gobierno en el cual el poder legislativo legisla, los tribunales son independientes e imparciales, y el poder ejecutivo actúa legalmente en el ejercicio de la coerción. Esto no es solo para prevenir el abuso del poder, sino también para alcanzar fines deseados colectivamente. Los órdenes constitucionales fuertes permiten el poder estatal así como limitan cómo ese poder puede ser usado (Cameron 2013).

Lo que estamos atestiguando en Venezuela hoy es una crisis provocada por el fracaso del chavismo para adherirse a los principios consagrados dentro de su propia constitución “bolivariana”—principios, además, inherentes en cualquier constitución. Mi posición simpatiza con el chavismo en la medida en que admiro el espíritu de constitucionalismo que llevó a un esfuerzo por realizar una revolución socialista por medios pacíficos y constitucionales. Pero es crítico en la medida en que la revolución no ha logrado sus fines constitucionales y democráticos.

Entonces, ¿dónde falló el chavismo? ¿En qué momento se jodió? Casi desde el inicio, diría. Hugo Chávez nunca apreció cabalmente el rol crítico que juega la oposición dentro de cualquier régimen constitucional y democrático: no solo para ofrecer una alternativa electoral viable al gobierno existente, sino también para investigar las acciones de los funcionarios del gobierno, para criticarlos cuando fuere apropiado, y de ese modo para asegurar que aquellos en el poder sean obligados a rendir cuentas en público entre elecciones. La oposición, por su parte, no ha estado nunca enteramente unificada entorno a un consenso sobre si se deba jugar dentro de las reglas de juego constitucionales. Ningún lado reconoce la legitimidad del otro.

Por más de una década, ha habido una dialéctica negativa entre el gobierno y la oposición: Chávez minimizó el rol de la oposición en la asamblea constituyente que escribió la constitución de 1999 (seguramente un error); la oposición trató de derrocar a Chávez en un fallido intento de golpe (gran error); Chávez endureció su régimen, tomando medidas enérgicas contra los medios de comunicación críticos y reforzando las organizaciones populares; una oposición escarmentada organizó una petición para destituir a Chávez por referéndum (esto fue una buena estrategia, aunque infructuosa); Chávez peleó y prevaleció, usando todos los medios disponibles para lograr su cometido; una oposición desmoralizada boicoteó la elección legislativa del 2005 y, luego, fue derrotada de forma aplastante en las elecciones presidenciales el año siguiente (dos puntos más para Chávez); Chávez radicalizó su revolución; la oposición se unificó, y organizó su mejor esfuerzo para retar a Chávez en las urnas en 2012, seguido de un resultado aún más fuerte contra Nicolás Maduro en 2013.

Esto nos lleva al presente, en que el patrón sombrío continúa: Maduro debió haber interpretado el estrecho margen de victoria como prueba de que necesita contruir puntes con la oposición pero, en lugar, quizá más preocupado por el mantenimiento de la cohesión interna de su coalición, particularmente entre la línea dura, continuó confrontando y atacando a la oposición (error); una fracción de esta última apoyó las protestas estudiantiles en febrero de 2014, usando #LaSalida para darles un sabor más fuerte contra el régimen.

Todo lo que esto ilustra es que la constitución bolivariana no ha sido institucionalizada. La palabra en el papel no se ha encarnado en el cuerpo político. El gobierno y la oposición en Venezuela no pueden sobreponerse a sus diferencias partidistas y reconocerse el uno al otro como ciudadanos. Maduro llama a sus oponentes “fascistas”, y la oposición llama “dictadura” al gobierno. Esto puede ser fatal para la democracia. Como O’Donnell dijo, la democracia depende de una “apuesta institucionalizada”: puedo creer que usted está equivocado, pero en una democracia debo aceptar que usted tiene los mismos derechos de ciudadanía, y el mismo derecho de votar y ser elegido que yo (2010: 26). Además, estos derechos no son negociables; son inalienables e imprescriptibles. Y son respaldados por una garantía organizativa: el imperio de la ley bajo la separación de poderes. Es por esto que las constituciones son importantes. Ellas son las reglas constitutivas de la política democrática, como tales, proveen la gramática generativa que permite florecer a la democracia.

¿Cómo deberíamos caracterizar el sistema político venezolano? Específicamente, ¿es Venezuela democrática o autoritaria? La respuesta es que es ambas: es un régimen híbrido. Hay elecciones y no son fraudulentas. Pero las elecciones son medios para fines o “bienes”; ellas solas no hacen democrático un régimen. Los fines (o “bienes”) son los siguientes: (1) la posibilidad de alternancia en el poder; y (2) la garantía de que un gobierno gobernará democráticamente, y la oposición aceptará los resultados de las elecciones, porque tiene una voz legítima y una participación en el sistema. Para garantizar que las elecciones producen estos bienes democráticos, ellas deben ser libres y justas, y esto significa que más condiciones adicionales deben estar presentes: incluyendo acceso a Fuentes alternativas de información, el derecho a reunión y asociación, y protecciones para derechos fundamentales y libertades. El gobierno venezolano ha gravemente violado estas condiciones.

Por consiguiente, la democracia de Venezuela es defectuosa. Es plebiscitaria y delegativa. Pero, ¿es autoritaria? Para clasificar un régimen como autoritario no solo basta con mostrar las falencias en los componentes democráticos del régimen, sino también necesitamos comprobar la existencia de características autoritaritarias. La idea del autoritarismo competitivo, aunque útil, necesita más especificación para evitar crear confusión sobre dónde trazar la línea entre democracia y gobierno autoritario. En la voluminosa literatura sobre gobiernos autoritarios, ha habido un denominador común. En regímenes autoritarios una coalición de dirigentes no elegidos gobierna por medio del ejercicio de la coerción. Tales gobiernos no pueden ser sacados por elecciones rutinarias. Pueden ser militares o civiles, o una combinación; pueden también incluir elementos tecnocráticos y corporativistas. Antes de caracterizar a Venezuela como un régimen autoritario, necesitaríamos observar tal coalición. Quizá está ahí bajo la sombra. Vemos colectivos armados, los Rottweilers del régimen; vemos una presencia creciente de un ejército politizado a lo largo de la burocracia; vemos una Boli-burguesía que no quiera perder sus privilegios. ¿Se reunirían estos elementos para prevenir alternancia en el poder? Eso es posible, pero no ha ocurrido todavía. Lo que es claro es que estos grupos no están interesados en permitir a la oposición jugar el rol que es normal en una democracia.

En breve, el sistema político venezolano hoy tiene rasgos democráticos y autoritarios y están en tensión uno con otro. Esto debería guiar nuestro pensamiento sobre lo que se necesita hacer para evitar profundizar el conflicto. Lo que Venezuela necesita urgentemente es diálogo entre el gobierno y la oposición. Sabemos de la literatura de transición que la línea dura del régimen y radicales en la oposición con frecuencia se refuerzan uno al otro, y que las transiciones exitosas involucran coaliciones entre la línea blanda y los moderados (Przeworski 1992). Construir semejante coalición demanda grandes habilidades de liderazgo en ambas partes. Demanda, además, la cultivación de una cultura política de negociación, diálogo, y tolerancia. Construír eso es el gran reto de la presente generación de líderes en Venezuela. Y la comunidad internacional puede ayudar.

La situación en Venezuela requiere el uso flexible y proactivo de la Carta Democrática Interamericana. El orden democrático constitucional ha sido seriamente dañado. La OEA podría, por lo tanto, convocar a mesas de diálogo para reunir a ambas partes, como ocurrió en Perú en el 2000 (véase Insulza 2014). La agenda de reforma incluiría respeto por los derechos humanos, libertad de prensa, derechos políticos de la oposición, restitución de la separación de poderes, así como seguridad ciudadana y el imperio de la ley. Por supuesto la OEA ha estado en esta posición antes. El ex Secretario General César Gaviria pasó meses en Venezuela entre 2002-2003 tratando de reunir al gobierno y a la oposición en un diálogo infructuoso en gran medida. Pero esto no debería disuadir a la comunidad internacional de tratar de nuevo, aunque la tarea pueda ser ingrata.

Para el resto de nosotros, sería mejor evitar ejercicios estériles de excusa o condenación y centrar nuestra atención en lo que se puede aprender de esta experiencia que puede ayudarnos a construir mejores democracias en nuestras propias comunidades. Creo que la lección fundamental que deja la crisis en Venezuela es la importancia de la oposición en una democracia. Por lo tanto, termino con una de mis citas favoritas: “En democracias la oposición es un órgano de la soberanía popular tan vital como el gobierno. Suprimir la oposición es suprimir la soberanía del pueblo” (Guglielmo Ferrero citado en Sartori 1987: 32).

Referencias
Cameron, Maxwell A. 2013. Strong Constitutions: Social-Cognitive Origins of the Separation of Powers. New York: Oxford University Press.

Insulza, Jose Miguel. 2014. “El diálogo es el único camino,” El Comercio, 24 de febrero.  <http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/dialogo-unico-camino-jose-miguel-insulza-noticia-1711721>

O’Donnell, Guillermo. 2010. Democracy, Agency, and the State: Theory with Comparative Intent.New York: Oxford University Press.

Przeworski, Adam. 1992. “The Games of Transition.” In Issues in Democratic Consolidation: The New South American Democracies in Comparative Perspective, Ed. Scott Mainwaring, et al. Notre Dame, Indiana: Notre Dame University Press, pp. 105-152.

Sartori, Giovanni. 1987. The Theory of Democracy Revisited: Part I. Clatham: Clatham House Publishers.

*La Asociación Civil POLITAI agradece a Maxwell A. Cameron (Universidad de British Columbia) por publicar sus comentarios en este medio. La Asociación no comparte necesariamente las opiniones del autor.