Aarón Quiñón*

Las movilizaciones en contra del gobierno ilegítimo de Manuel Merino realizadas en noviembre de 2020 y en particular la gran marcha nacional del 14N forman parte de nuestro calendario cívico como lo recuerda el historiador Ángel Ragas. Cerca de tres millones de ciudadanos a nivel nacional salieron a las calles para defender la democracia, y lograron su cometido. Aupados por el entusiasmo, se auguraba un despertar generacional y una revitalización de la democracia. Tras un año de aquellas históricas protestas y las expectantes elecciones generales del Bicentenario, no solo estamos ante una nueva temporada de crisis política, sino que aún se aguarda justicia para las víctimas, la reforma policial y las sanciones políticas. Aún más grave, tras el estallido peruano, la democracia peruana sigue en vilo. ¿Qué pasó tras el 14N? ¿Se perdió el momentum democrático?

Obtenido de La República, 15 de noviembre del 2020

En primer lugar, los estallidos latinoamericanos iniciados en 2019 tienen un destino incierto, más aún en el contexto de la pandemia. Las salidas a estos momentos de ebullición social dependen de una serie de factores institucionales, económicos y sociales que la politóloga María Victoria Murillo recientemente ha reseñado. Para muestra de la incertidumbre tras los estallidos, recordemos que tiempo después de las movilizaciones de Guatemala en 2015, este país se acerca a un régimen poco democrático. Tras las marchas contundentes en Brasil 2014 y su rechazo a la corrupción, el ultraderechista Jair Bolsonaro asumió la presidencia. Más aún, la experiencia chilena combina una expectante Convención Constituyente con el asomo del candidato de extrema derecha Antonio Kast en las elecciones presidenciales. La conexión estallido-fortalecimiento democrático no es automática. Requiere de actores, movilización y articulación política y el resultado es ambivalente.

En segundo lugar, debemos reconocer que aún conocemos muy poco sobre las movilizaciones del 14N y en particular de la “Generación del Bicentenario”. El alto nivel de autoconvocatoria de la protesta, así como su bajo nivel de organización ha dado lugar a un “estallido sin movimiento” como ha precisado la socióloga Maritza Paredes. El 14N no terminó en un movimiento social robusto, antes bien, significó un momento de efervescencia. Entender las motivaciones políticas, económicas y sociales de los jóvenes que protestaron, conocer sus múltiples demandas y frustraciones, y explorar las limitaciones organizacionales son clave para articular a una “ciudadanía de ocasión” como ha hecho referencia el politólogo Alberto Vergara. 

En tercer lugar, reafirmemos la precariedad de las élites políticas peruanas. A diferencia de países como Chile o Argentina donde las élites políticas –si bien desprestigiadas– han respondido a las demandas ciudadanas para darle salida por vías institucionales como la Convención Constituyente o reaccionando frente las elecciones internas, en Perú la desconexión de los actores políticos limitó sus posibilidades de canalizar la complejidad de las demandas expresadas en el 14N más allá de la salida de Merino. En las elecciones generales ello ha sido patente ante la fragmentación del voto y la posterior polarización donde los partidos políticos no han podido agregar las demandas ciudadanas. Al contrario, el manejo político actual del Ejecutivo y el Congreso dinamita los avances en reformas clave y colisiona contra el Estado de Derecho. Lo más grave de las élites actuales es que su valoración normativa hacia la democracia, por decir lo menos, es endeble. Como señala Daniel Encinas, las principales fuerzas políticas en el país son débiles incluso para sus proyectos autoritarios. No estamos, entonces, frente actores políticos democráticos capaces de recoger demandas, articularlas y agregarlas para dotarlas de una salida institucional que requiere este tipo de estallidos. La protesta sin actores políticos que la trasladen a las instituciones no recibe la respuesta que demanda.

Protestas de noviembre del 2020 (Obtenido de Al Jazeera, 14 de noviembre del 2020)

¿Lo anterior significa que los estallidos no tienen ningún impacto en la democracia? ¿Hay alternativas? Donatella della Porta –la mayor estudiosa contemporánea del tema– argumenta notablemente que los movimientos sociales no solo representan un elemento contencioso de protesta para promover el cambio político. En realidad, la sociedad civil organizada también puede abrir espacios para una profundización de la democracia cada vez que construye ideas innovadoras ante situaciones de crisis. Es decir, los movimientos no solo actúan mediante la protesta, sino que pueden también elaborar propuestas desde sus conocimientos alternativos y las experiencias directas de los y las ciudadanas. Para ello, la discusión en la esfera pública, el intercambio de ideas y la solidaridad son elementos centrales en la articulación y la innovación democrática desde la sociedad civil. 

Así, la protesta es necesaria pero no suficiente para el cambio político democrático. Además de actores receptivos dentro de las instituciones, requiere lazos sociales que en un contexto de fragmentación, desconfianza, desafección y frustración ciudadana aún se ven lejanos. Las diversas convocatorias a marchas y protestas por diferentes grupos a lo largo de territorio distan de los niveles de intensidad y densidad que las autoconvocadas el 14N. Más aún, en la conmemoración del año del 14N no se congregó a una movilización social que “revitalice” nuestra democracia. Las movilizaciones de las elecciones generales y la reactivación de las protestas sociales expresan, sin embargo, que la frustración y desencanto siguen siendo canalizadas ahora mediante otras agendas. El elemento unificador del 14 N se evaporó, pero la protesta aún sigue siendo una herramienta política importante.

Por tanto, tras el estallido del 14N nuevamente, ha quedado clara la capacidad contenciosa de las protestas cuando la sociedad se siente extremadamente amenazada y en el mejor de los casos ser directamente un contrapeso a intentonas autoritarias como las vistas en noviembre de 2020; sin embargo, el elemento innovador y construcción de ideas comunes para revitalizar la democracia aún es un elemento pendiente. En tiempos de atrofia política y élites políticas incapaces, el reto es construir estos movimientos innovadores reconociendo la fragilidad democrática y la urgencia de reestablecer el espacio público; de lo contrario, se volverán a las mismas respuestas de siempre, o peor aún, la contención podría dar emergencia a respuesta políticas poco democráticas como nos muestran nuestros países vecinos.


*Aarón Quiñón, Licenciado en Ciencia Política y Gobierno por la Pontificia Universidad Católica del Perú y miembro del Grupo de Investigación sobre Estado y Sociedad (GIES)