Por José Arturo Tipismana Arriola*
Cuando se discute sobre la historia e importancia de los debates presidenciales como hecho político, lo primero que viene a colación suelen ser los debates por la presidencia de los Estados Unidos, en los que figuras como John F. Kennedy, Ronald Reagan, Barack Obama, entre otros, hicieron gala de habilidades retóricas e histriónicas para repotenciar sus candidaturas. Sin embargo, al remontarnos hacia el origen de los debates en dicho país, vemos que hay un cambio significativo en el formato entre el último debate entre Joe Biden y Donald Trump con aquel histórico debate sostenido entre Abraham Lincoln y Stephen A. Douglas en 1858: los últimos dos tenían turnos hasta de una hora y media para exponer sus argumentos[1]. Si bien Lincoln y Douglas no debatieron en una campaña presidencial, el debate marcó un hito en EE.UU.
Dicha tendencia a la brevedad de las intervenciones se ha adoptado en casi todo el mundo desde hace varias décadas. Los-as candidatos-as deben ser capaces de transmitir sus propuestas en periodos cortos de tiempo, lo que requiere de una capacidad de síntesis y precisión muy elevada. Sin embargo, esta adaptación de los debates a la televisión y a los medios de comunicación en general también implican un trade-off: con menos tiempo hay menores chances para argumentar de manera adecuada. Tomando de referencia a los últimos debates presidenciales observados en la primera vuelta, es evidente que, al haber tantos candidatos y una diversidad amplia de tópicos que abordar, las intervenciones suelen ser meramente retóricas y las propuestas pocas veces son más que sólo enunciadas. Esto, lejos de ser una responsabilidad o culpa única por parte de los candidatos, también se debe a los formatos adoptados. Es bastante improbable que en tres minutos se pueda explicar un bolsón de propuestas considerando la viabilidad, el financiamiento, la justificación empírica, el proceso de evaluación, entre otras variables importantes dentro de la formulación de políticas públicas y el proceso de la gestión pública.
Esto lleva a que los análisis de los debates se limiten a medir la frecuencia en la que se utilizó un determinado término durante las intervenciones o qué intervenciones tuvieron una interacción directa con otro candidato, mayormente vista en enfrentamientos por pasados políticos o para acusar a la contraparte de falta de credenciales. Esto lleva a que los debates presidenciales sean mayormente puestas en escena en la que cada contendiente lucha por no pasar desapercibido, pues la indiferencia parece ser el peor resultado. La persuasiveness se supedita a cuánto se criticó a las otras candidaturas, dejando la sensación post-debate de que la estrategia de cada candidato-a fue intentar cometer una menor cantidad de errores que el-la adversario-a de turno. Esto se puede ver incluso en el “debate técnico” de hace poco[2]. Además de su peculiaridad, pues no se suelen realizar este tipo de debates, se caracterizó por los intentos de desacreditación mutuas, en los que la diatriba fue protagonista y lo “técnico” un doble de riesgo.
Sin embargo, la cuestión no debería reducirse a cuán malos han sido los debates televisados, sino en preguntarnos nuevamente qué se puede esperar de ellos. Creo que un primer paso está en abandonar la confesión ciega a lo técnico y pasar a considerarlo como un componente importante en la mesa de discusión. En esa línea, en una entrevista para El Comercio[3], Eduardo Dargent menciona que “una reforma requiere técnicos y también políticos que sepan traducirla a la opinión pública”. Las exposiciones políticas, como las que se dan en estos debates, tienen como principal objetivo buscar revestir de legitimidad al candidato-a, de cara a las urnas y, en algunas veces, de cara a una posible gestión. Esto quiere decir que las presentaciones con un carácter más político que técnico, o viceversa, sean inherentemente menos valiosas; ello siempre dependerá de la estrategia emprendida por la candidatura en cuestión.
En este punto, es importante revisar qué se ha dicho desde la academia de los debates presidenciales. Así, Bello, Renno y Lloyd (2020)[4], al analizar los debates presidenciales de 2014 de Brasil, durante la primera y segunda vuelta, encontraron que los debates tuvieron un efecto significativo en la primera vuelta, ya que los encuestados que vieron los debates durante esa etapa tenían más probabilidades de cambiar de candidato después de ver los debates que aquellos que no los habían visto. Sin embargo, en la segunda vuelta, cuando ya sólo eran dos candidatos en carrera, los debates ya no afectaron la propensión de los votantes a cambiar de candidato. Esto demuestra que los debates tienen un mayor impacto cuando el contexto electoral es más complejo, es decir, cuando hay más alternativas en carrera y que tienen distinciones ideológicas débiles entre sí. Lo que suscribe lo dicho previamente por la literatura (Sniderman, Brody, and Tetlock, 1991).
¿Esto quiere decir que no deberían llevarse a cabo debates en una segunda vuelta con dos candidatos que representan polos opuestos y que tienen a ser un imán o un repelente para todos los sectores políticos que participaron en la primera vuelta? No realmente, eso es una cuestión de percepción y expectativa. Los debates forman parte de la campaña de publicidad de cualquier candidato, especialmente durante la pandemia, que ha limitado la movilidad tradicional de las campañas. Así, los debates dejan de ser realmente debates y pasan a ser monólogos en los que cada candidato trata de conseguir algo que no pueden por medio de spots publicitarios: presentarse en un espacio de confrontación directo, similar al que estarán sometidos-as en caso de ganar, y mostrarse como capaces de librar batallas contra todos y contra todo.
Así, a pesar de que parezca algo obvio, no se puede esperar de los “debates” presidenciales una exposición completa del programa de gobierno de cada candidatura, ni mucho menos. Considero que creer que el debate presidencial es una entrevista de trabajo y que cada intervención debe tener el nivel de tecnicismo que un reporte financiero es caer en un error. El detalle técnico de las propuestas puede difundirse a través de documentos: la confianza y legitimidad del candidato-a no.
[1]El épico debate entre republicanos que esperan en EE.UU (BBC, 12/12/11): https://bbc.in/3wL9vqK
[2] ¿Influirá el debate técnico en el voto? (RPP, 24/05/21): https://bit.ly/3fzOYPW
[3] Eduardo Dargent: “Para tener un mejor país, necesitas técnicos” (El Comercio, 9/5/21): https://bit.ly/2R774zp
[4] Bello, Renno y Lloyd (2020) Preaching to the Choir? Presidential Debates and Patterns of Persuasion in a Multiparty Presidential System. Public Opinion Quarterly: Oxford Academic.
*José Arturo Tipismana Arriola, estudiante de la Especialidad de Ciencia Política y Gobierno de la Pontificia Universidad Católica del Perú y asociado de la Comisión de Investigaciones.