Por Lorena Lévano
En distintas formas, algunos agobiados por la llamada “nueva normalidad” y muchos otros pasando por duelos ante pérdidas irreparables de familiares y conocidos, todos estamos sintiendo los impactos generados por la pandemia de COVID-19. Este contexto ha hecho aún más visibles las diversas carencias estructurales que sufría el país desde hace décadas en materia de salud, y nos ha mostrado una vez más la débil capacidad estatal y la fragilidad de nuestros sistemas ante escenarios no esperados.
Además del típico análisis sobre el deficiente sistema de salud, la informalidad, las brechas digitales a nivel nacional, los problemas de adaptación a la educación remota, etc., es importante ir más allá de las causas estructurales y analizar por qué las medidas aplicadas en el país no tuvieron los resultados esperados cuando, en un pasado cercano, la prensa señalaba que el presidente Martín Vizcarra era uno de los ejemplos de una buena gestión ante la emergencia sanitaria producida por el COVID-19 en la región [1].
Es importante recordar que inicialmente las medidas fueron muy restrictivas. Este fue el caso de la cuarentena obligatoria, que fue impuesta para intentar reducir el impacto y la velocidad de contagio del virus entre la población. Se buscó controlar el problema por la fuerza y con medidas tradicionales a partir de la disposición de llevar a las fuerzas armadas a las calles como mecanismo de coerción, así como la detención de aquellos que no cumplieran con las reglas establecidas.
Con el paso de los días empezamos a notar que las medidas no eran tan efectivas. Para el 30 de marzo, se habían detenido más de 33 mil ciudadanos por no respetar el aislamiento social [2]. Poco a poco, el Perú empezó a ocupar los primeros lugares tanto en número de contagios como de muertes por COVID-19 en la región y el respaldo inicial se fue convirtiendo en descontento. Rápidamente la aprobación del gobierno descendió pasando de un 60% a mediados de abril a 38% para el mes de mayo. Si existió una respuesta gubernamental rápida ante la emergencia sanitaria, ¿por qué no funcionó?
El subdirector de la Organización Panamericana de la Salud mencionó que “las cuarentenas en América Latina no son tan efectivas como en Europa”, principalmente por los altos niveles de informalidad y las brechas de seguridad social, pero hay un componente adicional. Además de los factores estructurales, es primordial centrarse en las estrategias para cambiar el comportamiento de las personas. Esto debe ir más allá de la aplicación de mecanismos tradicionales, ya que miles de personas contrajeron el virus mientras el país estaba en cuarentena obligatoria, lo que evidencia que leyes y sanciones son insuficientes.
Una alternativa interesante e innovadora, para mitigar los impactos del virus y prevenir su contagio, son las ciencias del comportamiento. Éstas no solo nos ayudan a entender qué hay detrás de las decisiones o elecciones que tomamos, sino que también brindan numerosas herramientas que pueden ser traducidas en políticas especialmente diseñadas para personas que no necesariamente estamos reflejados en el homo economicus, el cual sigue perfectamente las reglas y analiza el costo-beneficio de todas sus acciones. En cambio, desde esta disciplina, se ve a los ciudadanos desde un enfoque que utiliza el conocimiento empírico acumulado sobre preferencias, creencias, expectativas sociales y formas en las que los seres humanos procesamos la información para hacer intervenciones contextualizadas más efectivas con el fin de producir cambios en el comportamiento.
Por ello, además de trabajar en cerrar brechas estructurales y mejorar las condiciones de seguridad social en el país, resulta de vital importancia implementar intervenciones complementarias que busquen reforzar las medidas tradicionales y se enfoquen en mejorar las decisiones de los ciudadanos en el uso de su libertad y autonomía individual. Por ejemplo, no podemos corroborar o sancionar comportamientos tan personales como el lavado de manos, pero sí podemos impulsar medidas que lo fomenten. Por medio de estrategias basadas en normas sociales, advertencias gráficas, uso de recordatorios, determinación de opciones predeterminadas, simplificación de mensajes, etc., podemos incidir en los comportamientos de las personas y persuadirlas para que se queden en casa en la medida de lo posible, eviten asistir a lugares concurridos, usen mascarillas en lugares públicos, mantengan el distanciamiento físico recomendado, etc.
Lamentablemente, lo ocurrido nos ha demostrado una vez más que no basta con medidas de corte legal o punitivo que, como hemos visto, no han dado los resultados esperados. Si bien el cambio depende y está en función de cada uno de nosotros y de nuestros comportamientos individuales, la tarea para el gobierno es enfocarse en capitalizar las opciones que brindan las ciencias del comportamiento e implementarlas como complementos a los incentivos clásicos y cambios estructurales. En suma, es necesario centrarnos en darle un enfoque más humano a las políticas públicas que buscan mitigar los efectos de la pandemia de COVID-19.
[2] https://gestion.pe/peru/coronavirus-peru-suman-mas-de-33-mil-los-detenidos-desde-que-inicio-la-cuarentena-obligatoria-cuarentena-estado-de-emergencia-covid-19-nndc-noticia/?ref=gesr
*La Asociación Civil POLITAI agradece a Lorena Lévano, docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú, por publicar su columna en este medio. La Asociación no comparte necesariamente las opiniones de la autora