Democracias Parasitadas 

Gian Carlos Caballero
07 de julio de 2013.
 

“Bendigo el no ser un engranaje del poder, sino uno de los simples mortales que son aplastadas por ellas”
(Rabindranath Tagore )

Las diversas estructuras de poder que se insertaron en algún momento en nuestras sociedades son las que sostienen el funcionamiento de los múltiples sistemas político, económico, social y cultural. Aquí no hablamos de actores, sino de redes funcionales que permiten la defensa y reproducción de ciertos procedimientos. En estas líneas, daremos algunas ideas apoyadas de ejemplos sobre cómo estas estructuras afectarían el ámbito político.

Si bien el origen de estas estructuras de poder se remiten a décadas pasadas, todas ellas llegan a nuestros días bajo formas distintas, solo guardan la esencia sobre la que se originaron, mas no la apariencia. Robinson lo llama “perduración del equilibrio institucional”; pueden darse procesos de democratización formal o la introducción de cambios superficiales en las organizaciones políticas, pero todo ello no perturba demasiado la perduración de los equilibrios políticos[1].

Y no hablamos de una sola estructura que monopolice la totalidad del poder, sino de una gran variedad de estructuras que conviven o compiten entre ellas. Las personas que conforman estas élites de poder pueden cambiar, ya que son perecederas, pero la institución de base que las sostiene se mantendrá.

En América Latina, nos jactamos de 30 años de democracia sin baches (la estabilidad presidencial es otro cuento), pero la existencia de las estructuras de poder no necesariamente se condicen con la democracia, incluso podría haber algunas que colisionen contra ella. El gran poder que aún mantienen se expresa en que estas no han sido puestas en jaque en los últimos años por más que ingresen a los distintos sillones presidenciales “refundadores de la nación” o “profetas de la ´Gran Transformación´”.

Nuestras democracias pueden demostrar un casi impecable desarrollo procedimental (es decir, elecciones limpias, voto adulto universal, libertades y derechos políticos, etc.). Pero esta es la parte ´fácil´, pero no por ello menos fundamental. La democracia como contenido, como valor, cuya reproducción debe darse al interior de nuestras sociedades, aún está en estado embrionario. Esto se debe en parte a la persistencia de estas estructuras de poder político, algunas de ellas conocidas como ´enclaves autoritarios´.

Algunos casos para ejemplificar.

En Paraguay, el 2008 el obispo Lugo puso en jaque 30 años de hegemonía electoral del Partido Colorado (conservadores con tasas de afiliación partidaria del 40% de la población). No  obstante, la promoción de un juicio político a Lugo en junio del 2012, la victoria electoral de este partido hace unos días y su vuelta al poder, todo ello nos hace pensar que la hegemonía colorada nunca estuvo desafiada y no pasó de una simple derrota electoral, ya que incluso sin un presidente en el poder, pareciese que hubiesen seguido gobernando y vetando todo lo que no se alineara a sus intereses. La alianza de este Partido con los militares data de hace 60 años, lo cual refuerza el poder de este ´enclave autoritario´ dentro del propio sistema político, pero no olvidemos que aún son un partido que compite y gana elecciones.

Para mantenernos en la existencia de enclaves autoritarios bajo apariencias formales, podemos citar el bipartidismo colombiano de una duración aproximada de 150 años (1840 – 2002). Siendo considerada una de las democracias más estables y competitivas, mantuvo un régimen cerrado a otras fuerzas políticas. Con el ascenso de Uribe al poder el 2002, la ´ley de hierro´ empieza a romperse, y nos demuestra que estas estructuras de poder pueden ser quebrantadas.

Pero, ¿por qué en Colombia sí pueden cambiar estos enclaves y en Paraguay no? Un ensayo de hipótesis podría ser que en Colombia no había un gran grupo concentrador del poder, todo lo contrario, la existencia de paramilitares, grupo guerrilleros, narcotraficantes que dominaban partes del territorio no permitieron la consolidación de un solo foco; mientras que en Paraguay sí tendríamos un solo grupo cimentado bajo una organización partidaria de alcance nacional.

Estos ejemplos se remiten a instituciones incluidas dentro del sistema político formal, pero ¿qué pasa con las que están fuera del sistema?

Los militares a lo largo de la historia han tenido roles ´tutelares´ o ´vigilantes´ del sistema político en los distintos países latinoamericanos. El caso guatemalteco resulta dilucidador. En 1985 cesó la dictadura militar y el cuerpo castrense organiza elecciones, pero al ganador se le otorga “la presidencia pero no el poder”. La vigilancia sobre la democracia de esta institución se da de manera celosa, y más aún, los militares se hacen de poderes constitucionales para combatir las guerrillas y reprimir protestas sociales. Esto por un lado. Y por otro, hoy dicho país tiene altas tasas de criminalidad debido a grupos extralegales (las maras), las cuales ponen en jaque el mínimo básico para el sostenimiento de la justicia guatemalteca. Dos enclaves.

En breve, las estructuras de poder que afectan la arena política que busco resaltar son aquellas conocidas como enclaves autoritarios, los cuales están presentes en nuestras democracias. Estos enclaves estarían impidiendo un desarrollo de democracias de calidad. Ahora, cabe preguntarnos si es que existen estos enclaves en nuestro país. Uno de gran importancia, pero que pasa desapercibido en el debate público podría ser el gran peso de las redes del narcotráfico junto a la gran influencia política que tendría el dinero proveniente de este negocio ilícito. Compra de congresistas, proyectos de ley que pasan desapercibidos, financiamiento partidario. Asimismo, la estructura del poder extralegal del narcotráfico no necesariamente contradice el sistema económico peruano, sino que, más bien, lo potencia; incluso podría ser la base dinamizadora de nuestro crecimiento económico.

Estas cortas palabras no buscan exhaustividad ni nada por el estilo, más bien, asumen falsabilidad. Estas realidades deben ser estudiadas no solo con fines descriptivos, sino también con afanes de tratar de cambiar la realidad si es que en algún momento se da la oportunidad de hacerlo. Estos enclaves parasitan nuestra democracia, alimentándose y beneficiándose de ella pero sin llegar a aniquilarla. Si bien estas estructuras datan de muchos años atrás, no hay razón por la cual “la ley de hierro” no se pueda romper. En relaciones sociales no existen los determinismos.


[1]Robinson, James; «El equilibrio de América Latina» (pp. 197-230). En “La brecha entre América Latina y Estados Unidos: determinantes políticos e institucionales del desarrollo económico”. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica y Fundación Grupo Mayan (2006)

*La Asociación Civil POLITAI agradece a Gian Calos Caballero por publicar su comentario en este medio.  La Asociación no comparte necesariamente las opiniones del autor.